martes, 30 de octubre de 2012

La violencia de género tiene nombres y apellidos



Un hombre mata a su pareja porque esta quiere dejarlo y es necesario que  el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad diga oficialmente que se trata de ‘violencia de género’ para que se haga visible el principal problema. ¿Es que estamos ciegos?
Este es el caso de Almudena Márquez, la joven de El Salobral (Albacete) que ha fallecido asesinada esta semana por Juan Carlos Alfaro, su supuesta pareja;  pero podría ser perfectamente el de otra mujer. El relato de los medios, denominando al asesino francotirador, ha enmascarado el problema de fondo. El espectáculo estaba servido. La palabra francotirador provoca sensaciones en el oyente que no hace otra palabra, despierta un interés hacia su persona, resta importancia a la víctima y desvía la atención del verdadero conflicto: la violencia de género.
No se trata de violencia contra el menor, ni de un acto de locura, ni tampoco de un “crimen pasional”, denominación  esta que no hace sino justificar el conflicto. Al igual que el caso Bretón, las motivaciones son las mimas: Almudena quiere dejarlo y le dice: “Tu das pena queriendo estar con una niña de 13 años como yo”, según declaraciones de una amiga suya. Y él se siente humillado porque se considera el dueño de ella, un sentimiento de superioridad que queda  bien plasmado en sus declaraciones: “Soy francotirador y os mataré a todos para quedarme con ella”. Y tal y como dijo el propio asesino: “¡Lo dije y nadie me hizo caso!”.
La peculiaridad y los detalles del acontecimiento han hecho alejar el foco de la cuestión principal. Los medios se han centrado en que ella era menor de edad y el tenía 39 años, a lo que se le añadió una espectacularización de la huída y la persecución de un hombre disfrazado a lo Rambo, como si de repente los medios estuviesen  filmando una película americana. Una pedanía que, hasta hace unos días, apenas conocía nadie, de repente se convierte en el escenario mediático y todos quieren ser protagonistas. Y por si fuera poca la magnificación del asesino, se habla de que sabía disparar con una puntería excelente porque había estado en el ejército y le gustaba la caza. El relato no se ha centrado en la verdadera protagonista que es Almudena Márquez, con nombre y apellido, víctima número 38 de la violencia de género en lo que va de año.
La cosificación y posesividad de las víctimas están presentes en todos estos crímenes machistas,  dejando ver la inseguridad del asesino. En este caso, él mismo dijo públicamente: “Ahora se van a enterar, sino es mía, no será de nadie más”.  Una frase que se ha repetido cientos de veces pero de la que no se ha sabido, ni se supo, extraer la conclusión correcta.
El show ha dado la oportunidad de hablar a todos: vecinos, amigos, niños y niñas compañeros de Almudena, incluso a la madre de Juan Carlos Alfaro, que dejó claro que su hijo había actuado así por la presión que le causaba la familia de ella. Pero, lo más preocupante no es que una madre defienda a su hijo aunque acabe de asesinar a dos personas, sino que los medios, en lugar de realizar un análisis crítico, conviertan las frases de esa señora en titulares que “justifican” el crimen.  
Se produce una perversión del clima social, con declaraciones de que la madre era una alcohólica, que había tenido a su hija muy joven, que la víctima tenía un “siniestro perfil en Facebook” (La Razón), haciéndose patente la falta de una figura paterna cuando aparecen las escenas de la madre, etc. ¿Qué es lo que se está haciendo ver? Se trata de una representación mediática que no ha cuidado en el más mínimo detalle el mensaje, que muestra a una familia desestructurada y las peculiaridades de una adolescente, que acaba en cierto sentido siendo culpabilizada de lo que le ha sucedido.  El comportamiento ético y la denuncia constante que deberían llevar a cabo los medios con respecto a los casos de violencia de género quedan eclipsados por las banalidades y la morbosidad de los crímenes. No importa que haya miles de noticias circulando en la red, que las televisiones nos saturen con la noticia, ni que se haga un reportaje sobre la huída del asesino. No importa nada de esto si al final, hasta que no pasa una semana, nadie es capaz de llamar a las cosas por su nombre.
Está quedando bastante claro que, a pesar de las campañas de sensibilización y de la preocupación por la violencia de género, la sociedad no ha llegado a comprender la gravedad y la dimensión del problema. Este hombre ha pegado cuatro tiros en la cara de una menor con la que mantenía una relación a la que la madre de esta se oponía, un hecho que se asimila a otros en los que mujeres han sido atacadas con acido o de otras formas también en el rostro. La intención es atacar a la belleza de quién se niega a estar con ellos/ellas.
Juan Carlos Alfaro la mató porque le había dejado. La madre de Almudena lo denunció repetidas veces: una mujer que aparece sin lágrimas y llena de odio hacia quienes no hicieron nada por ayudarla. ¿Qué clase de mensaje se está dando al resto de mujeres que sufren este tipo de ataques? Pues una imagen en la que la sociedad no hace nada hasta que no llega la tragedia, denuncias que nadie escuchó y medidas que no se tomaron.  Y una falta de cuestionamiento por parte de todos los medios de comunicación con respecto a esta y muchas otras preguntas.
Los titulares se quedan en la superficie: “Estaba deprimido por no ver a la cría” (El Mundo), “Amor fatal con 26 años de diferencia” (La Razón), como si fuese un drama teatral de Shakespeare; “Esta mujer le volvía loco, no comía, no dormía” (ABC), en referencia a la madre de la víctima que ya lo había denunciado varias veces. Y para cuando se ha construido el verdadero relato, el que llama a las cosas por su nombre, la gente está ya saturada del tema, de especiales y reportajes, y la noticia va olvidándose. El mensaje que debió calar en un principio apenas es escuchado ya.
Las noticias de sucesos no duran mucho; la gente se conmociona durante los primeros días y después de una semana todo vuelve a la normalidad, y otro tema servirá de sustituto. De ahí la importancia del primer relato, que  es el que queda en el imaginario. Qué clase de seguridad puede sentir una mujer o un hombre que sufran este tipo de violencia tras conocer estos relatos. La imagen que queda no transmite ni la sensación de protección que se requiere, ni mucho menos la empatía con la víctima. ¿Dónde queda entonces la función social de los medios?

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