miércoles, 18 de abril de 2012

Paraísos Amenazados



A Cazorla le cae a plomo un exceso de fama. Y nadie pasa o permanece indemne tras la popularidad

En las laderas exteriores del Valle se extiende Cazorla, la ciudad que da nombre a esta sierra; con sus casas pequeñas y blanquecinas salpicadas en la montaña, de calles empinadas y estrechas, que se refugian bajo la protectora roca. La Sierra de Cazorla, Segura y las Villas es la mayor zona protegida de España y la segunda de Europa, fue bautizada como Patrimonio de la Humanidad y ahora, es esa misma fama la que amenaza el encanto que tuvo una vez, cuando el olvido era  el mejor escudo frente a la explotación.
Cientos de visitantes llegan cada año a los rincones más conocidos del parque y acampan, pasean por caminos y veredas, visitan los ríos y se refrescan en el agua de sus pozas o pasan el día en sus merenderos. Los carteles publicitarios se triplican por todas partes, compitiendo con la exclusividad de los árboles e indicando multitud de lugares para ver. Pero, a diferencia de los museos, un Parque Natural no tiene indicaciones de no tocar aquí, no molestar o un ‘piense en el que viene después de usted’.
Ni la dura roca, ni las plantas, ni tampoco la fauna queda  intacta cuando pasa por ella el ser humano. Con ruidos que rompen en mitad de parajes remotos, con escudos de indiferencia por lo que se abre ante sus ojos, con vallas y verjas que delimitan lo que nunca fue de nadie…
El grado de protección del parque natural varía dependiendo de la zona y coexiste con actividades económicas, la mayoría, por no decir todas, derivadas del turismo y la hostelería. Su rica fauna alberga una gran cabaña de ciervos, cabras montesas, jabalíes, muflones y gamos. Además en estos últimos años se ha intentado reinsertar al amenazado quebrantahuesos. Entre sus montañas se halla la mayor extensión boscosa continua de pinares de toda España.
La roca de sus montañas, la pureza de sus aguas y la salvaje vegetación va empobreciéndose a medida que se enriquecen quienes se aprovechan de la fama del paraje.  La sobreexplotación turística es uno de los principales problemas a los que se enfrenta el Parque Natural de Cazorla, un turismo que no aprende de la sostenibilidad y el conservacionismo, que destruye allí donde llega.
Cuando los visitantes se marchan dejan tras ellos una huella que encontraran quienes vienen detrás. Y algunas huellas son tan grandes que acaban carbonizando montes enteros… La principal amenaza de todas son los incendios, que se producen cada vez con más frecuencia y destruyen bosques enteros, bosques que tardarán miles de años en recuperarse, si es que algún día lo consiguen. Pero a nadie parece importarle…
En mitad del Valle del Guadalquivir se abren hoteles que crecen dando mordiscos al monte, que antaño les proporcionaba alimento. El camino de la supervivencia cedio hace años ante el turismo y la trivialidad. Monumentos de piedra caliza se extienden a lo largo y ancho del parque, configurando maravillosos paisajes que nunca acaban por conocerse del todo. 
Una vez atravesados los parajes de estas sierras ya nos habremos sobrecogido con la angostura y verticalidad de sus paredes; deleitado con la agradable sorpresa de los manantiales, paredes rezumantes y surgencias del río…
Habremos atravesado el bosque lauroide en toda su plenitud, acompañado de  idílicos musgos, helechos y bojedas. Visto florecillas carnívoras, lagartijas de Valverde y con un poco de suerte y silencio algún mamífero más grande. Pero, nada permanece igual después de una visita, y mucho menos después de miles. Por ello, la Sierra de Cazorla pierde cada día un poco más  de ese mismo encanto que engrandece su nombre. Una pérdida que amenaza seriamente con exprimir y destruir lo que ahora es naturaleza.  
Resulta un alivio que aún queden miles de lugares de difícil acceso o simplemente desconocidos, que quedan al margen de una actividad incontrolada que comprometería toda su magia. Como dijo el naturalista Joaquín Araújo, para todavía demasiados, pasar un día con la naturaleza les parece lo mismo que quedarse delante de la televisión.
Queda un largo camino para comprender y hacer comprender que el futuro de este patrimonio de la humanidad depende de cómo lo protejamos hoy…

Y volvemos a subir por el puerto para salir de estas sierras. Después de haber visto grandes contrastes, una vista del inmenso valle nos despide. Y ante tal inmensidad es posible entender que la conservación futura depende, más que nada, del presente.