Un hombre mata a su
pareja porque esta quiere dejarlo y es necesario que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad diga oficialmente
que se trata de ‘violencia de género’ para que se haga visible el principal
problema. ¿Es que estamos ciegos?
Este es el caso de Almudena Márquez, la joven de El Salobral
(Albacete) que ha fallecido asesinada esta semana por Juan Carlos Alfaro, su
supuesta pareja; pero podría ser
perfectamente el de otra mujer. El relato de los medios, denominando al asesino
francotirador, ha enmascarado el problema de fondo. El espectáculo estaba
servido. La palabra
francotirador provoca sensaciones en el oyente que no hace otra palabra,
despierta un interés hacia su persona, resta importancia a la víctima y desvía
la atención del verdadero conflicto: la violencia de género.
No se trata de violencia contra
el menor, ni de un acto de locura, ni tampoco de un “crimen pasional”,
denominación esta que no hace sino
justificar el conflicto. Al igual que el caso Bretón, las motivaciones son las
mimas: Almudena quiere dejarlo y le dice: “Tu
das pena queriendo estar con una niña de
13 años como yo”, según declaraciones de una amiga suya. Y él se siente
humillado porque se considera el dueño de ella, un sentimiento de superioridad
que queda bien plasmado en sus
declaraciones: “Soy francotirador y os
mataré a todos para quedarme con ella”. Y tal y como dijo el propio
asesino: “¡Lo dije y nadie me hizo caso!”.
La peculiaridad y los detalles
del acontecimiento han hecho alejar el foco de la cuestión principal. Los
medios se han centrado en que ella era menor de edad y el tenía 39 años, a lo
que se le añadió una espectacularización de la huída y la persecución de un
hombre disfrazado a lo Rambo, como si
de repente los medios estuviesen filmando
una película americana. Una pedanía que, hasta hace unos días, apenas conocía
nadie, de repente se convierte en el escenario mediático y todos quieren ser
protagonistas. Y por si fuera poca la magnificación del asesino, se habla de
que sabía disparar con una puntería excelente porque había estado en el
ejército y le gustaba la caza. El relato no se ha centrado en la verdadera
protagonista que es Almudena Márquez, con nombre y apellido, víctima número 38
de la violencia de género en lo que va de año.
La cosificación y posesividad de
las víctimas están presentes en todos estos crímenes machistas, dejando ver la inseguridad del asesino. En
este caso, él mismo dijo públicamente: “Ahora
se van a enterar, sino es mía, no será de nadie más”. Una frase que se ha repetido cientos de veces
pero de la que no se ha sabido, ni se supo, extraer la conclusión correcta.
El show ha dado la oportunidad de
hablar a todos: vecinos, amigos, niños y niñas compañeros de Almudena, incluso
a la madre de Juan Carlos Alfaro, que dejó claro que su hijo había actuado así
por la presión que le causaba la familia de ella. Pero, lo más preocupante no
es que una madre defienda a su hijo aunque acabe de asesinar a dos personas,
sino que los medios, en lugar de realizar un análisis crítico, conviertan las
frases de esa señora en titulares que “justifican” el crimen.
Se produce una perversión del clima social, con
declaraciones de que la madre era una alcohólica, que había tenido a su hija
muy joven, que la víctima tenía un “siniestro
perfil en Facebook” (La Razón), haciéndose patente la falta de una figura
paterna cuando aparecen las escenas de la madre, etc. ¿Qué es lo que se está
haciendo ver? Se trata de una representación mediática que no ha cuidado en el
más mínimo detalle el mensaje, que muestra a una familia desestructurada y las
peculiaridades de una adolescente, que acaba en cierto sentido siendo
culpabilizada de lo que le ha sucedido.
El comportamiento ético y la denuncia constante que deberían llevar a
cabo los medios con respecto a los casos de violencia de género quedan
eclipsados por las banalidades y la morbosidad de los crímenes. No importa que
haya miles de noticias circulando en la red, que las televisiones nos saturen
con la noticia, ni que se haga un reportaje sobre la huída del asesino. No
importa nada de esto si al final, hasta que no pasa una semana, nadie es capaz
de llamar a las cosas por su nombre.
Está quedando bastante claro que,
a pesar de las campañas de sensibilización y de la preocupación por la
violencia de género, la sociedad no ha llegado a comprender la gravedad y la
dimensión del problema. Este hombre ha pegado cuatro tiros en la cara de una
menor con la que mantenía una relación a la que la madre de esta se oponía, un
hecho que se asimila a otros en los que mujeres han sido atacadas con acido o
de otras formas también en el rostro. La intención es atacar a la belleza de
quién se niega a estar con ellos/ellas.
Juan Carlos Alfaro la mató porque
le había dejado. La madre de Almudena lo denunció repetidas veces: una mujer
que aparece sin lágrimas y llena de odio hacia quienes no hicieron nada por
ayudarla. ¿Qué clase de mensaje se está dando al resto de mujeres que sufren
este tipo de ataques? Pues una imagen en la que la sociedad no hace nada hasta
que no llega la tragedia, denuncias que nadie escuchó y medidas que no se
tomaron. Y una falta de cuestionamiento
por parte de todos los medios de comunicación con respecto a esta y muchas
otras preguntas.
Los titulares se quedan en la
superficie: “Estaba deprimido por no ver
a la cría” (El Mundo), “Amor fatal
con 26 años de diferencia” (La Razón), como si fuese un drama teatral de
Shakespeare; “Esta mujer le volvía loco,
no comía, no dormía” (ABC), en referencia a la madre de la víctima que ya
lo había denunciado varias veces. Y
para cuando se ha construido el verdadero relato, el que llama a las cosas por
su nombre, la gente está ya saturada del tema, de especiales y reportajes, y la
noticia va olvidándose. El mensaje que debió calar en un principio apenas es
escuchado ya.
Las noticias de sucesos no duran mucho; la gente se
conmociona durante los primeros días y después de una semana todo vuelve a la
normalidad, y otro tema servirá de sustituto. De ahí la importancia del primer
relato, que es el que queda en el
imaginario. Qué clase de seguridad puede sentir una mujer o un hombre que
sufran este tipo de violencia tras conocer estos relatos. La imagen que queda
no transmite ni la sensación de protección que se requiere, ni mucho menos la
empatía con la víctima. ¿Dónde queda entonces la función social de los medios?