La prioridad de China es el crecimiento económico, aunque sea a costa de su población, de su territorio o de la salud a nivel mundial.
China es el país emergente que cada día está más cerca de los llamados países “desarrollados”, hasta tal punto de que sus emisiones de gases a la atmosfera y su contaminación, en general, han crecido a la misma velocidad que sus cifras económicas, y ambas preocupan a los demás países del mismo modo. Sus niveles de producción siguen desarrollándose en, prácticamente, las mismas malas circunstancias ambientales, al no encontrar barreras eficaces que den primacía a la lucha contra el cambio climático o las condiciones de vida frente al desarrollo insostenible.
El enorme crecimiento del gigante asiático está costando caro a todos, especialmente a su población. China es, a día de hoy, el mayor emisor de gases que provocan el efecto invernadero, debido a su enorme producción y consumo de combustibles fósiles y otras actividades. La economía del país ha crecido en veinte años en las mismas dimensiones que lo hicieron los países occidentales en un siglo y, del mismo modo, China ha logrado cifras equivalentes en problemas ambientales. Las cifras amenazan la sostenibilidad de todo el planeta, y los Gobiernos del mundo piden que se tomen medidas al respecto.
Para la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekin, en 2008, el Gobierno chino tuvo que atender al medio ambiente, momentáneamente ya que, tras la celebración, las mejoras logradas desaparecieron y volvió a primar el crecimiento económico. Parece ser que, ni las manifestaciones, ni las exigencias de la comunidad internacional, ni tan siquiera los nacimientos deformes a causa de la contaminación o las muertes por ingestión de alimentos que se han vuelto tóxicos, importan lo suficiente como para convertirse en un obstáculo al crecimiento económico o, al menos, a algo a tener en cuenta.
Según los datos del Banco Mundial, cada año, mueren aproximadamente 178.000 personas. Más de la mitad de las ciudades están afectadas por la lluvia ácida y una sexta parte de sus principales ríos no son aptos ni para el cultivo. Mientras su posición internacional sube, disminuye su calidad de vida. Durante la cumbre de la ONU de 2009, China se enfrentó con EEUU, por la reducción de las emisiones y las fórmulas que habría que desarrollar para financiar la recuperación de niveles ambientales adecuados. Ambos países representan un 40% de las emisiones globales de CO2 a la atmósfera. Al menos el país asiático forma parte del Protocolo de Kyoto, al que se han acogido 37 países industrializados, entre los que no está el estadounidense, solo adhesionado simbólicamente. Este protocolo expiará en el año 2012, sin haber obtenido la eficacia esperada, y deberá sustituirse por otro acuerdo, al que se llegará en la Conferencia de Copenhague.
Las negociaciones, antes de la Conferencia, se discuten en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que realiza varias sesiones de Conferencia de las Partes. El encuentro que se está celebrando actualmente es en Durban-COP17 (Sudáfrica), la próxima conferencia será en 2012, en Catar (COP18). Para la reducción de estas emisiones de gases, el papel de China es fundamental. En las negociaciones, que durarán hasta el 9 de diciembre, China, Estados Unidos, India, Brasil, Indonesia, Corea del Sur, México y Sudáfrica ya hayan puesto sobre la mesa ofrecimientos de reducción de emisiones, pero parece complicado llegar a un acuerdo y un equilibrio.
China prometió reducir sus emisiones de carbono por cada unidad de PIB, lo que significaría entre un 40 y un 45 por ciento para el año 2020, aunque dado el ritmo de crecimiento tan acelerado que está teniendo se cree que esas medidas son insuficientes. Muchos países usan a China como excusa, si no están de acuerdo con las medidas que tome el país no habrá acuerdo, pero esto parece un intento por cerrar los ojos ante sus propios territorios y una excusa que buscan, entre otras cosas, para pararle los pies a un país en pleno boom económico, mientras otros tratan de sobrevivir a la crisis, que amenaza con mandarles al banquillo.
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