“A
Cazorla le cae a plomo un exceso de fama. Y nadie pasa o permanece indemne tras
la popularidad”
En las laderas
exteriores del Valle se extiende Cazorla, la ciudad que da nombre a esta
sierra; con sus casas pequeñas y blanquecinas salpicadas en la montaña, de
calles empinadas y estrechas, que se refugian bajo la protectora roca. La Sierra de Cazorla,
Segura y las Villas es la mayor zona protegida de España y la segunda de
Europa, fue bautizada como Patrimonio de la Humanidad y ahora, es esa misma
fama la que amenaza el encanto que tuvo una vez, cuando el olvido era el mejor escudo frente a la explotación.
Cientos de visitantes
llegan cada año a los rincones más conocidos del parque y acampan, pasean por
caminos y veredas, visitan los ríos y se refrescan en el agua de sus pozas o
pasan el día en sus merenderos. Los carteles publicitarios se triplican por
todas partes, compitiendo con la exclusividad de los árboles e indicando
multitud de lugares para ver. Pero, a diferencia de
los museos, un Parque Natural no tiene indicaciones de no tocar aquí, no
molestar o un ‘piense en el que viene después de usted’.
Ni la dura roca, ni las
plantas, ni tampoco la fauna queda
intacta cuando pasa por ella el ser humano. Con ruidos que rompen en
mitad de parajes remotos, con escudos de indiferencia por lo que se abre ante
sus ojos, con vallas y verjas que delimitan lo que nunca fue de nadie…
El grado de protección
del parque natural varía dependiendo de la zona y coexiste con actividades
económicas, la mayoría, por no decir todas, derivadas del turismo y la
hostelería. Su rica fauna alberga
una gran cabaña de ciervos, cabras montesas, jabalíes, muflones y gamos. Además
en estos últimos años se ha intentado reinsertar al amenazado quebrantahuesos.
Entre sus montañas se halla la mayor extensión boscosa continua de pinares de
toda España.
La roca de sus
montañas, la pureza de sus aguas y la salvaje vegetación va empobreciéndose a
medida que se enriquecen quienes se aprovechan de la fama del paraje. La sobreexplotación turística es uno de los
principales problemas a los que se enfrenta el Parque Natural de Cazorla, un turismo
que no aprende de la sostenibilidad y el conservacionismo, que destruye allí
donde llega.
Cuando los visitantes se
marchan dejan tras ellos una huella que encontraran quienes vienen detrás. Y algunas huellas son
tan grandes que acaban carbonizando montes enteros… La principal amenaza de
todas son los incendios, que se producen cada vez con más frecuencia y
destruyen bosques enteros, bosques que tardarán miles de años en recuperarse,
si es que algún día lo consiguen. Pero a nadie parece
importarle…
En mitad del Valle del
Guadalquivir se abren hoteles que crecen dando mordiscos al monte, que antaño
les proporcionaba alimento. El camino de la supervivencia cedio hace años ante
el turismo y la trivialidad. Monumentos de piedra
caliza se extienden a lo largo y ancho del parque, configurando maravillosos
paisajes que nunca acaban por conocerse del todo.
Una vez atravesados los
parajes de estas sierras ya nos habremos sobrecogido con la angostura y
verticalidad de sus paredes; deleitado con la agradable sorpresa de los
manantiales, paredes rezumantes y surgencias del río…
Habremos atravesado el
bosque lauroide en toda su plenitud, acompañado de idílicos musgos, helechos y bojedas. Visto
florecillas carnívoras, lagartijas de Valverde y con un poco de suerte y
silencio algún mamífero más grande. Pero, nada permanece
igual después de una visita, y mucho menos después de miles. Por ello, la
Sierra de Cazorla pierde cada día un poco más de ese mismo encanto que engrandece su nombre.
Una pérdida que amenaza seriamente con exprimir y destruir lo que ahora es
naturaleza.
Resulta un alivio que
aún queden miles de lugares de difícil acceso o simplemente desconocidos, que
quedan al margen de una actividad incontrolada que comprometería toda su magia. Como dijo el
naturalista Joaquín Araújo, para todavía demasiados, pasar un día con la
naturaleza les parece lo mismo que quedarse delante de la televisión.
Queda un largo camino
para comprender y hacer comprender que el futuro de este patrimonio de la humanidad
depende de cómo lo protejamos hoy…
Y volvemos a subir por
el puerto para salir de estas sierras. Después de haber visto grandes
contrastes, una vista del inmenso valle nos despide. Y ante tal inmensidad es
posible entender que la conservación futura depende, más que nada, del
presente.